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   30 de Noviembre de 2020

El Evangelio que anunciamos las Mujeres: Marcos 13, 33-37

¿A qué nos invita Jesús en esta lectura? ¿Qué nos pide cuando nos habla del dueño de casa que viene cuando no lo esperamos? Por una parte, nos dice que estemos preparados, preparadas, y por otra que estemos vigilantes. Prepararnos significa formarnos, ponernos en las condiciones necesarias para afrontar una situación, entrenar mente, corazón, cuerpo y espíritu para ello. Estar vigilantes es estar pendientes, atentas, atentos.

Jesús nos pide que, así como un hombre que se ausenta y deja su casa a cargo de sus sirvientes, dejando en claro sus obligaciones, sin saber cuándo él volverá, nosotros también debemos prepararnos para cuidar la casa del Padre. Y ¿cómo nos preparamos?

En la oración, ejercitando el espíritu a través de ella, pensando y preguntando en el corazón ¿Qué quiere Dios de mí? Todos tenemos una misión, todos somos llamados a cumplir un rol, todos tenemos un trabajo que hacer, así como los sirvientes en la casa que deben cuidar. Este es un gran desafío. ¡Qué difícil ejercer este rol, qué difícil no descuidar mis tareas! ¡Qué difícil hacerlas lo mejor posible, y que fácil es caer en la tentación de no responder a lo que se me pide! ¡Qué cómodo es pensar que el dueño de casa no llegará todavía, qué difícil disponerse a escuchar cuáles son mis tareas que él me encomienda!

En realidad, a veces, incluso nos es más fácil cumplir con las tareas que otros me inculcan como deber, en vez de obedecer a la voz del corazón a través de la cual Dios me habla de mi verdadero rol, de mi manera de ser vigilante. Otras veces, no estamos vigilantes porque nos dejamos llevar por lo cotidiano, por la vorágine, por la comodidad, nos olvidamos de que Cristo se presenta a cada rato y peor aún, aunque él esté presentándose, no lo vemos. No estamos vigilantes, no estamos atentos. ¿De qué nos sirve estar vigilantes, si no estamos preparados, si no reconocemos al dueño de casa?

Cristo nos hace una invitación preciosa: nos pide que cuidemos su casa. Él llegará en cualquier momento, de distintas formas. Acaso, cuando vemos esas mujeres esforzadas trabajando en las ollas comunes, ¿no vemos que están cuidando la casa del Señor? O cuando la vecina cuida los hijos de otras mujeres para que puedan salir a trabajar ¿no estamos cuidando la casa del Señor? Y también, cuando vemos a quienes buscan a cuidar la casa mayor, cuando vemos a nuestros hijas e hijos cuidando el planeta que es la gran casa de todos, nuestra pobre casa madre que está muy necesitada de nosotros, ¿no vemos que están cuidando la casa del Señor? Actuando desde lo más simple e insignificante como reciclar, cuidar el agua, hasta incidir en las grandes políticas de Estado que aún están tan débiles.

Cuando atendemos al adulto mayor, que está desvalido, sólo, enfermo y hambriento, allí también estamos cuidando la casa del Señor y estamos viendo al dueño de casa, a Cristo, que se nos presenta como quien tiene hambre, como el niño indefenso, como quien padece una enfermedad, como quien sufre la discriminación y el bullying o acoso. Cristo tiene tantas caras. El jefe de casa suele no llegar como el gran señor, llega casi siempre en la cara de los más necesitados. Y así, cómo cuando vemos que se le está quemando la casa al vecino ayudamos a apagar el incendio, y también esperamos que si se nos queda la puerta de nuestra casa abierta el vecino nos avise, para que no nos entren a robar.

Todos, hombres y mujeres, somos parte de esta gran casa, todos estamos llamados a estar vigilantes y preparados, todos tenemos que cuidarla, mantenerla y amarla, todos estamos llamados al encuentro con su Dueño. Pidamos que nos ayude a estar vigilantes, pidamos que nos ayude a prepararnos, pidamos que nos regale reconocerlo.

Loreto Guzmán, Ingeniero ambiental, Comunidad San Ignacio, CVX Santiago
 

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