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    09 de Octubre de 2021 - Por María Isabel García rscj

Vocación Educadora

Al contemplar el mes de Septiembre, mes que se dedica a la patria, me he detenido  a mirar todo lo que hemos vivido como país. Este año me ha sido significativo estar atenta a lo que estamos viviendo por la pandemia y lo que significa vacunarse o no, respetar o no las medidas de autocuidado para que se llegue al control del virus en vistas al bien común; lo que se está viviendo por la llegada de migrantes, especialmente por pasos ilegales y sobre todo lo que les supone a ellos encontrar un lugar donde vivir; los debates y opiniones de la Convención Constituyente en el ejercicio de ponerse de acuerdo de lo que necesitamos como país para los próximos 30 años; así como el primer debate de los candidatos a Presidente de la República para los próximos 4 años; las opiniones tan diversas y contrapuestas en los medios de comunicación sobre todo esto y para qué decir lo que aparece en las redes sociales...me ha hecho mirar con más entusiasmo que en este mes de Septiembre, como gran familia del Sagrado Corazón en Chile, también conmemoramos 168 años de lo que fue el viaje de las primeras rscj que vinieron a nuestro país.  Ana de Rousier, Mary Mac Nally y Antonieta Pissorno salieron de Francia hacia Nueva York el 5 de abril de 1853 y llegaron a Santiago  el 14 de septiembre de ese mismo año.

La liturgia del 12 de septiembre, día en que desembarcaron en Valparaíso tocando tierra chilena (Mc 8, 27-35) nos habla de la relación entre la fe por la que reconocemos a Cristo y las obras con las que mostramos que este reconocimiento es sincero; Jesús nos llama a identificarnos con El y eso supone salir de sí misma, renunciando a las más sutiles formas de egoísmo para ponerse al servicio del Reino hasta las últimas consecuencias.  

La liturgia del 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz  coincide con la llegada la llegada a Santiago que era su lugar de destino.  En el Evangelio de San Juan 3, 13-17, “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”, dejándonos cuestionar por la Palabra pareciera que, muchas veces,  salvamos y condenamos con nuestros criterios, nuestras ideas o nuestros prejuicios, nos cuesta ver a Jesús en la cruz que está para salvar, con sus brazos abiertos para abrazar.

Los acontecimientos actuales, la Palabra del Señor y el testimonio de nuestras primeras hermanas en Chile, no por casualidad,  me han hecho sentir con más fuerza lo que supone que todas y todos nos hagamos cargo de buscar el bien común y lo significativo que puede ser nuestro aporte personal y comunitario  desde nuestra vocación educadora.

Una hermana de los primeros tiempos en Chile expresa de Ana de Rousier “Cuántas veces nuestra Reverenda Madre aconsejaba a las maestras que  tuvieran dominio de sí delante de las alumnas, controlando cualquier ímpetu, no dejando ver ninguna contrariedad. Decía que más que nunca, en los tiempos en que vivimos, teníamos que deshacernos de todas esas pequeñeces de mujer para contrarrestar esa educación de nuestros días tan blandengue y poco enérgica. Además nos recomendaba ser responsable hasta en lo más pequeño, porque así como una mota de polvo traba el funcionamiento de un reloj, así una negligencia chica puede convertirse en obstáculo a la obra de Dios, porque nada es pequeño ante sus ojos”.

En consejos escritos que deja Ana de Rousier a las religiosas en 1864, antes de partir a Francia, dice:

Que cada maestra trate de establecer en su clase el espíritu de familia, el entusiasmo por el bien, estimulado por su oración y su buen ejemplo. Hay que tratar de hacer a nuestras niñas sensibles y transparentes  para los goces nobles, hacerles apreciar una de las más delicadas satisfacciones de un corazón bien nacido: dar contento a sus padres, a sus maestras, darles la alegría de contribuir a una obra de caridad, en fin, el gozo de hacer el bien, por pequeño que éste sea”.

En una carta a Gabrielle de Mobecq, superiora en Talca, a propósito de un documento sobre lo que debe ser la educación que impartimos, se lee:

“Este programa no puede tener su entera aplicación en Chile: la edad de nuestras alumnas, y lo poco extendida que está la educación de la mujer hasta aquí, nos obligan a restringirnos. Sin embargo, este trabajo es muy útil siempre porque nos muestra cómo debemos orientar a lo sólido y fortificar nuestros estudios. Preocúpese por las clases de las más pequeñas, mi buena Madre, que se dediquen allí a desarrollar su inteligencia, a darles ideas, el amor por el estudio, sobre todo.” (29 marzo 1870)

           

 

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