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    30 de Julio de 2020 - Por Angélica Parraguez

Los niños

Hoy, en medio de esta pandemia donde el estrés del encierro es cada vez más frecuente, el tiempo pasa, y las familias nos vamos acostumbrando a esta nueva situación. Hubo un día en que mi hijo me dijo “¡claro, ignórame no más, como siempre nos ignoran a nosotros los niños todo porque ustedes son grandes!” Tras conversar con él y explicarle porque no puse atención a su solicitud y pedir las excusas correspondientes por mi actitud, me di cuenta que su queja hoy cobra un nuevo sentido, ¿por qué, en realidad, cuándo y cuánto escuchamos a nuestros hijos, a nuestros niños?

Seguramente, cuando comenzó la pandemia algo o nada les explicamos a los niños sobre el virus que nos estaba afectando, porque a lo mejor ni nosotros entendíamos lo que pasaba. Las medidas de prevención en un inicio no eran tan claras como quisiéramos y asumimos, por lo menos yo, así lo pensé, que con una breve explicación mi hijo estaría bien y que con eso bastaba. Pero luego me cayó la chaucha, ¿nos hemos preocupado con mi marido de sus emociones?, ¿su estrés?, ¿damos respuesta a sus preguntas? ¿le damos y cuidamos su espacio?

Son muchas las interrogantes que se produjeron en nosotros, y como mamá mire mi realidad y me sentí de alguna forma privilegiada, porque nuestro hijo tiene el espacio físico para trabajar y conversar de las emociones. También mire la realidad de los niños de nuestras comunidades, pues sus espacios físicos son de cuarenta a cuarenta y cinco metros cuadrados, esas son las medidas de los departamentos donde viven, un espacio que por lo general ocupan cinco o más personas. De estos metros ¿cuánto queda para que los niños puedan jugar, correr, saltar, es decir un espacio para ser niños? Es preocupante porque todos necesitamos nuestro espacio, y las familias de nuestras comunidades no lo tienen. Pienso en el nivel de estrés que está sufriendo cada uno de ellos. Cuando hablamos de hacinamiento siempre lo referimos a adultos, nunca lo referimos a un niño, los niños también están viviendo esta situación de falta de espacio, pero no los vemos y no los escuchamos, siento que no los estamos atendiendo, los estamos ignorando, como la queja de mi hijo.

Cada día veo como se toman y anuncian muchas medidas de prevención para un retorno seguro, también se habla del retorno a clases, pero alguno de nosotros le ha consultado a un niño ¿si desea regresar a clases?, ¿si tiene temor?, me atrevo a decir que no. Por esta razón, veo con gran preocupación la queja de mi hijo, “… siempre nos ignoran a nosotros los niños, todo porque ustedes son grandes!”

Y porque somos grandes, debemos estar atentos a todas las clases de virus, en especial a esos que dañan más que el COVID 19. Hay un virus en especial que hace mucho tiempo se está moviendo en silencio, entra en nuestros hogares y ataca directamente a los que más amamos, a nuestros hijos, los tesoros más grandes que el Señor nos ha entregado. Hay muchos que ya estamos contagiados, si, también yo estaba contagiada, pero me estoy recuperando con la ayuda de mi hijo. El virus se llama  “indiferencia”.

El virus de la indiferencia, es la enfermedad más grave que está entrando en nuestros hogares, hay muchas situaciones del entorno, del país, de convivencia que nuestros niños no pueden entender, porque no tienen ni las competencias intelectuales ni las herramientas emocionales para hacerlo. Entonces, a tener cuidado con la indiferencia o el rechazo que ellos manifiestan porque les estamos produciendo sufrimiento. Por eso me preocupa la salud emocional de mi hijo y los hijos de todos, porque quien está causando ese sufrimiento en mi hijo soy yo, en su hijo, es usted, papá, mamá. Es tiempo que dejemos un poquito de espacio para conversar, yo con mi hijo, y usted con su hijo, hagámonos cargo de poner el remedio, está en nuestras manos.

Hoy, recuerdo lo que me enseñaron mis profesores hace mucho tiempo atrás, que decían, “recuerden siempre que en la infancia se construyen los cimientos sobre los que se edifica toda la vida de un hombre y una mujer”. Lo que un niño requiere hoy y siempre, es amor. Y en estos momentos es escucharlos, aceptarlos y cuidarlos. Desafortunadamente, a veces el entorno no está listo para acoger esas sencillas demandas, como nos pasa con las viviendas sin espacio para que los niños puedan jugar, gritar y ser niños.

Cuidemos entonces los cimientos de la vida para que no queden marcados por grietas profundas, que las marcas de esta pandemia sea de encuentro, de amor de juegos, de alegría, de gritos, de abrazos, de niñez pura. De recuperar a ese niño que aún está en mi interior, en tu interior, que la indiferencia no nos  gane. Ojo porque siempre está latente la recaída, me pasa a veces, pero mi hijo está ahí para salvarme.

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