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   13 de Septiembre de 2020

Evangelio que anunciamos las Mujeres, Mateo 18,21-35

“¿Cuántas veces perdonaré?”

¡El Perdón, qué profunda y reflexiva palabra… y qué transformadora puede llegar a ser en nuestras vidas! Jesús nos muestra una gran lección. Desde los tiempos en que Él caminó entre nosotros hasta hoy, esta parábola sigue vigente. Nosotros, tal como las discípulas y los discípulos de entonces tenemos la falsa sensación de que el perdón tiene límites, o presumimos de nuestra “gran fe” sólo por haber perdonado un par de veces. Y de pronto, nos encontramos con la palabra de Dios que nos interpela y nos confronta con nuestra actitud diaria hacia nuestro prójimo.

Ciertamente que vivimos tiempos complejos en donde la cultura nos refiere lo contrario al perdón, nos incita a tener una conducta de “ojo por ojo y diente por diente”. Podemos ver fácilmente que esta no debiese ser la conducta nuestra, pero quiero invitarnos a llevar la reflexión más allá de nuestros límites personales, hacia las estructuras e ideologías que nos gobiernan y que reflejan, tantas veces, el mal, el pecado.

Así, me pregunto, frente a las injusticias sociales históricas, ¿podemos perdonar? A quienes han provocado el sufrimiento y el abandono de los más excluidos de la sociedad, ¿podemos perdonar? Las atrocidades cometidas en la dictadura militar en Chile, y la violencia a partir del pasado 18 octubre, ¡cuántos y cuántas perdieron sus ojos!, y fueron golpeados injustamente, ¿podemos perdonar? Ante la lucha de los hermanos mapuches que por siglos han exigido un lugar en la sociedad chilena, defendiendo sus tierras y por preservar su cultura y tradiciones ancestrales, ¿podemos perdonar? Y los tan olvidados niños y niñas del Sename, ¿podemos perdonar? A la Iglesia castigadora y patriarcal ¿podemos perdonar?

El Evangelio de este domingo nos pone enfrente, al torturador, al asesino, al cura pedófilo, al que ejerce VIF, al misógino, al que mercantiliza la vida de las y los migrantes, al drogadicto que comete delitos, al que mata por un portonazo. ¡Cómo no ponernos en los zapatos de las víctimas y empatizar con el dolor de cada uno de ellos y ellas! 

La reflexión que debemos hacer primero que todo, es comprender que el Perdón es una capacidad personal que responde a la experiencia de vida, y a los acontecimientos que cada uno y una ha vivenciado. Por esto, que tampoco podemos enjuiciar a quienes no logran dar ese paso ya que el perdón es un proceso personal que toma tiempo y madurez, y que probablemente debemos trabajar durante toda nuestra existencia. Además, no podemos pensar el perdón del pecado social sin justicia para las víctimas, sin reparación, sin nuestra solidaridad con ellas.

A quienes le intentamos seguir, Jesús nos hace responsable de dar el primer paso… perdonar la deuda, ese paso que transformará al que perdona y a quien es perdonado. Si recibimos misericordia debemos entregar misericordia, no como aquel siervo que la recibió de parte de su rey, pero luego no fue capaz de entregarla a su consiervo, olvidándose rápidamente de la bondad y misericordia de su señor. La ley de Dios declara que no perdonará nuestros pecados si no somos capaces de perdonar de todo corazón a nuestros semejantes. ¡qué gran desafío!... El perdonar, nos liberará de la cárcel del odio, las ganas de venganza y el menosprecio. A cambio recibiremos paz para continuar por el camino de la verdad y la vida,

Difícil decisión es la del perdón, sobre todo cuando has vivido experiencias traumáticas. Por esta razón que el perdón es un proceso que cada uno y una lo vivencia de distinta manera, pero el camino más saludable al que podemos optar es el del perdón, romper esas cadenas que te atan al enemigo. Liberarlo y dejarlo ir, es liberarte a ti misma, a ti mismo. Así el corazón estará limpio para seguir recibiendo con gratitud y dando con generosidad de las bendiciones que Dios nos da cada día.

Irma Herrera Olivares, Comunidad “Jesús Buenas Nuevas” La Legua, Santiago. Licenciada en Trabajo Social, Magíster en Estudios de Género y Cultura Latinoamericana

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